Tras pasar al lado de algunas habitaciones llenas de novelas de ciencia ficción, llegamos al taller de Rakel Archer. Efectivamente, recuerda al despacho de una novelista. En el lugar de la máquina de escribir, la máquina de coser, siempre acompañada de una taza de café o té humeante, que Raquel utiliza para cambiar el destino de telas cuyas vidas, más o menos literarias, estaban destinadas a acabar en el olvido o en la basura.
Entre sus manos tiene un bolso hecho a partir de una chaqueta hortera de los ochenta y un traje de lino anticuado. En la mesa se encuentran los planos de un bolso imposible, por ahora. Quien ha crecido entre costuras sabe que todo es posible con tijeras, hilos y agujas a mano. Su abuela era sastra y su madre oficial de primera, especialista en trajes masculinos. Todavía acude a ella cuando se le resiste un patrón y juntas encuentran la solución, como en las mejores novelas policíacas.
¿Por qué complementos? Porque le encantan y le obsesiona que estén bien hechos, que sean cómodos, bien acabados, duraderos.
Como habrás imaginado, Rakel Archer es una marca pero también un pseudónimo. A su creadora le encanta leer y resolver misterios, de hecho ya ha publicado algún que otro relato literario. Por eso, como en las mejores tramas, busca las piezas en los materiales que va rescatando del olvido, provenientes de los talleres de modistas retiradas, entre ellos, los de su madre y de su abuela, pero también de algún fondo de armario muy profundo. Se desperdician tantos recursos que incluso comprar materias primas eco parece excesivo.