La historia de Amami está completamente ligada a la historia de Mireia y cómo un día se reencontró con una de las actividades que le dan más placer: la costura. Pero empecemos por el principio.
Mireia es de Mollerusa, un pequeño pueblo de Lleida. Siempre le llamó la atención la costura, quizás porque su abuela era una gran costurera. Aunque no consiguió que ella le enseñara a coser, recuerda con muchísima felicidad los ratos que pasaban juntas.
Años después se fue a vivir a Barcelona, donde estudió y trabajó como arquitecta durante muchos años.
Los estudios, el trabajo, el día a día, la alejaban todavía más de la aguja y el hilo. Hasta que la vida la llevó a Zarautz y entonces la costura, por fin, llegó a su vida. Se apuntó a un curso del pueblo y rápidamente se convirtió en una afición relajante que la permitía explorar su creatividad y que, sobre todo, la hacía muy feliz.
Poco después llegaron sus dos niñas y sus creaciones empezaron a girar alrededor de las pequeñas: baberos, cambiadores, bolsas para llevar sus cosas iban saliendo de sus manos con las telas y estampados que le iban llamando la atención. A Mireia le encanta recorrer pequeñas tiendas y dejar que los estampados más originales atrapen su mirada y le inspiren sus diseños.
Quería que todo lo que tuviera que ver con sus niñas fuera especial, cada estampado, cada puntada. Le encantaba la idea de poder disfrutar de la belleza en la cotidianeidad de su día a día, en forma de objetos prácticos, cómodos y muy bonitos.
Pronto algunas amigas comenzaron a hacerle los primeros pedidos. A todas les parecía un regalo perfecto. Y es que las creaciones de Amami llaman la atención por la calidad y originalidad de los tejidos y por unos acabados que solo se pueden conseguir a un ritmo slow.
Así que, un día, con la misma naturalidad que empezó todo, decidió que sí, Amami se convertiría en mucho más que una profesión.