La moda sostenible nace como respuesta a todo lo que representa la moda rápida. Pero, ¿qué es el fast fashion? ¿Cómo se ve la industria de la moda desde dentro? De la mano de personas que conocen bien el fast fashion y sus impactos, analizamos una de las industrias más contaminantes y que más desigualdad crea del planeta.
CONTENIDOS
- El fast fashion desde dentro
- ¿Qué es el fast fashion?
- ¿Cómo surge el fast fashion?
- El impacto ambiental de la moda rápida
- Precariedad laboral en el sector textil
- El impacto social y económico
- Cómo evitar el fast fashion: la respuesta está en la moda sostenible
El fast fashion desde dentro
6000 prendas nuevas cada día. En unidades limitadas y con diseños basados en los datos recopilados de los gustos de los usuarios. Algunos desaparecen del mercado tan solo tres días después de ponerse a la venta. Las cifras detrás del negocio de Shein, uno de los nuevos gigantes de la industria del fast fashion, impresionan a cualquiera.
Ha construido una marca valorada en más de 100.000 millones de dólares a partir de prendas que llega a vender por tan solo un dólar. Y se ha labrado una imagen sugerente y atractiva en redes sociales, tras la cual esconde jornadas laborales de 75 horas a la semana en sus fábricas y una huella ambiental que no deja de crecer.
Pero el ejemplo de Shein no es único. Ni la marca china es la única responsable de un modelo de negocio que ya estaba inventado antes de que irrumpiese en el mercado. En la lista de grandes marcas del fast fashion del State of fashion 2022 de McKinsey aparecen nombres tan conocidos como Nike, Inditex, Adidas o H&M.
¿Qué es el fast fashion?
Es difícil imaginar un mundo sin ropa. Hace más de 170.000 años que los seres humanos empezamos a vestirnos. Lo de tejer empezó algo más tarde (hace unos 45.000), pero desde entonces los textiles son una parte inseparable de nuestro día a día. Sin embargo, tras experimentar una revolución sin precedentes en los últimos 100 años, la moda apenas puede reconocerse en el espejo. Solo entre el año 2000 y el 2015, la producción anual de prendas de ropa se duplicó, según el informe A new textiles economy, de la fundación Ellen MacArthur.
Estas cifras solo han sido posibles a través de un modelo comercial e industrial que premia lo efímero, el usar y tirar, a costa del medioambiente, el despilfarro de recursos y las condiciones precarias de millones de trabajadores: el fast fashion. Como en el ejemplo de Shein, este modelo se basa en introducir nuevas colecciones de ropa constantemente, diseñadas y fabricadas a bajo coste y siguiendo las últimas tendencias. Así, se permite al consumidor acceder a prendas a la moda a precios asequibles y de forma continua.
¿Cómo surge el fast fashion?
El origen de la moda rápida hunde sus raíces en la revolución industrial y en la fabricación en masa de productos listos para consumir. Ya durante el siglo XVIII, surgieron las primeras tiendas de ropa lista para usar (sin necesidad de elaborar prendas a medida). Eso sí, estaban destinadas a un público muy concreto: la incipiente clase trabajadora urbana que no tenía tiempo ni recursos para hacerse su propia ropa, según el estudio An Analysis of the Fast Fashion Industry, elaborado en la Universidad de Bard.
Las mejoras tecnológicas de los siglos siguientes y el fortalecimiento de la industria y de la urbanización favoreció que esta nueva forma de hacer moda se fuese asentando. Sin embargo, no es hasta el siglo XX y, sobre todo, en su segunda mitad, que podemos empezar a hablar de fast fashion. La globalización permitió a las empresas de los países desarrollados acceder con facilidad a mano de obra y recursos de países en vías de desarrollo. Además, abrió las puertas de casi cualquier mercado en el que vender sus mercancías.
Si bien la moda rápida no tiene un inventor único, sí que es fácil identificar a sus pioneros. Las grandes cadenas comerciales de Estados Unidos inspiraron a Erling Persson a abrir la primera tienda de Hennes & Mauritz (H&M) en Suecia en 1947. Y en 1963, Amancio Ortega abre su primer taller de Confecciones GOA en A Coruña, España. Tardaría 12 años en inaugurar el primer Zara en la misma ciudad y solo 15 más en abrir la primera tienda en Nueva York. Ambas empresas hicieron de la velocidad de fabricación y el bajo coste su prioridad. Hoy siguen dominando la escena del fast fashion.
El impacto ambiental de la moda rápida
Todo esto tiene, claro, un impacto. En realidad, son muchos. Empecemos por los daños medioambientales. Estos datos –del World Resource Institute– hablan por sí solos:
- Elaborar un par de pantalones vaqueros genera tantas emisiones de gases de efecto invernadero como conducir un coche durante 130 kilómetros.
- Fabricar una camiseta de algodón consume 2700 litros de agua. Es lo que bebe una persona, de media, durante más de dos años.
- Cada segundo se quema o tira a basureros un camión lleno de ropa. Es decir, unas 2,6 toneladas. Muchas de las prendas tardan hasta 200 años en biodegradarse.
Estas cifras se traducen en grandes impactos. Por ejemplo, tal como señalan desde Carro de Combate, después de varias décadas alimentando el cultivo de algodón de Uzbekistán (uno de los principales exportadores de esta fibra), el mar de Aral está prácticamente seco. Hoy su superficie es un 10 % de lo que solía ser. Además, el cultivo de algodón es uno de los grandes consumidores de pesticidas del planeta. Sus cultivos ocupan un 2,5 % de la superficie agrícola global, pero reciben el 25 % de los insecticidas y el 10 % de los pesticidas producidos en el mundo, siempre según Carro de Combate.
Los impactos medioambientales recorren todas la cadena de la moda rápida. Empezando por el cultivo y la producción de tejidos. Y acabando por la gestión de la ropa que acaba en la basura. La industria de la moda, en total, emite al año 2100 millones de toneladas de los gases responsables del cambio climático. Es un 4 % del total, según McKinsey. Si fuese un país, la moda rápida sería el cuarto mayor emisor del planeta.
Precariedad laboral en el mundo textil
“Me encantaba el trabajo: estar en el sector de la moda, estar al tanto de las tendencias, viajar y negociar con empresas en países diferentes. Pero no me sentía a gusto con el modelo de consumismo que fomentábamos de comprar, usar y tirar, con la presión para mejorar márgenes olvidando el impacto ambiental, las condiciones laborales, la falta de transparencia…”. Por eso, Noelia Montero decidió fundar Miu Sutin. Esta marca sostenible busca, entre otras cosas, que sus proveedores garanticen condiciones laborales dignas y usen materias primas y procesos respetuosos con el medioambiente.
“Las multinacionales tienen un gran poder y ejercen mucha presión. Los proveedores tienen que ofrecer los mejores precios de confección. Esto se traduce en sueldos bajos, un horario de trabajo de muchísimas horas y presión para confeccionar la cantidad fijada”, continúa Noelia Montero. “Muchos de estos proveedores están en países pobres. Las empresas de fast fashion se aprovechan de los costes laborales bajos. Los dueños se enriquecen, pero la mano de obra, en gran mayoría femenina, sufre las consecuencias”.
Yago Castro, fundador de la marca sostenible NWHR, cuenta una historia similar. “Antes de montar NWHR, trabajaba para una empresa de comercio internacional que importaba todo tipo de productos. Nos entró como cliente una empresa muy importante de fast fashion que quería hacer una producción en el Sudeste asiático y me asignaron a mí el proyecto. En cuestión de 4 meses, pasé de no saber cómo se hacía una camiseta a visitar más de 50 fábricas en India y Camboya”.
Lo que vio allí le hizo replantearse seriamente su relación con el consumo de ropa. “Talleres clandestinos que fabricaban para las empresas más grandes del mundo prendas a un euro mientras los trabajadores no cobraban ni cinco euros al mes. Niños y niñas cargando cajas. Trabajadores sin protección inhalando vapores tóxicos. Ríos de colores y montañas de plástico. Fue un shock. Conocer la realidad de quien está detrás de las prendas que consumimos me hizo plantearme poner en marcha un proyecto donde la transparencia y la trazabilidad fuesen su base”.
El impacto social y económico
Las impresiones de dos personas que han conocido de cerca el fast fashion no son hechos aislados. La moda rápida tiene impactos sociales y económicos muy importantes en todo el planeta. Según el informe del textil de Carro de Combate, estos son algunos de los principales:
- El sector está dominado por un puñado de multinacionales. Estas aprovechan su posición para sacar partido de la mano de obra barata en países en vías de desarrollo.
- Mucha de la producción se concentra en el Sudeste Asiático. En Bangladés, el salario mínimo de los trabajadores no supera los 50 euros al mes.
- En los talleres, la explotación laboral no es una excepción, es la norma. Los trabajadores, la mayoría mujeres, enfrentan jornadas laborales de 12 y 14 horas. Aun así, viven en la pobreza porque los salarios son muy bajos.
En Camboya, por ejemplo, el salario medio de un trabajador textil es de 73 euros al mes. Esta cantidad es un tercio de lo que permitiría tener un nivel de vida digno. Mientras, se estima que las 20 principales empresas de la industria de la moda rápida facturan más de 150.000 millones de euros al año.
El caso de Plaza Rana y la inseguridad laboral
Mención aparte merecen las condiciones de trabajo en muchos de estos talleres. La tragedia del edificio Plaza Rana de Savar, en Bangladés, es quizá el mejor ejemplo. A pesar de que los trabajadores habían alertado de importantes grietas en el edificio, fueron obligados a seguir trabajando. El 24 de abril de 2013, la construcción se vino abajo. Murieron 1134 personas y más de 2500 quedaron heridas. Todos cosían para muchas de las principales marcas de fast fashion del planeta.
La tragedia marcó un antes y un después. Desde ese día, la imagen de la industria de la moda cambió en el mundo. El desastre impulsó también el nacimiento del movimiento Fashion Revolution, que desde entonces conmemora el accidente cada 24 de abril. Además, el impacto del derrumbe del Plaza Rana sirvió para despertar muchas conciencias e impulsó el auge de la moda sostenible y el slow fashion, movimientos que ya venían cogiendo fuerza desde principios de siglo.
Cómo evitar el fast fashion:
la respuesta está en la moda sostenible
La industria de la moda rápida tiene el beneficio económico como único objetivo. Los resultados financieros son lo único importante. El medioambiente y las condiciones laborales pasan a un segundo plano. “Una marca de moda sostenible es muy diferente porque se construye en base a los tres pilares de la sostenibilidad: social, ambiental y económica”, explica Noelia Montero. “Además mantiene la transparencia y la trazabilidad en toda la cadena de valor. La relación con los proveedores es de colaboración, no se trata de una mera relación comercial. Las situaciones que aún perduran con la fast fashion son imposibles con la moda sostenible”.
El camino de la sostenibilidad no es fácil, pero merece la pena recorrerlo. “Ser una marca sostenible es bastante complejo. En nuestro caso, buscamos que los proveedores estén certificados conforme garantizan unas condiciones laborales justas y dignas y cuenten con los certificados de algodón orgánico. Además, hacemos un esfuerzo por minimizar el consumo de agua, las emisiones y los residuos. Pero suele ser difícil conseguir esta información de las fábricas”, señala Yago Castro.
“Hoy hay muchas estrategias de marketing orientadas a lavar la imagen de las empresas que llevan años haciendo mal las cosas. Aun así, creo fielmente en que nuestros hábitos de consumo están cambiando y veo que las personas tienen cada vez más pensamiento crítico. Se hacen las preguntas adecuadas y apuestan por mejores prácticas. Estas no tienen por qué ser comprar moda sostenible, sino por ejemplo consumir ropa de segunda mano”, concluye el fundador de NWHR.
Al igual que su empresa y que Miu Sutin, cada vez hay más marcas que quieren hacer las cosas bien. Empresas que han entendido el enorme impacto ambiental y social que tiene el fast fashion. Y que quieren que podamos seguir vistiéndonos sin comprometer la salud del planeta ni la de sus habitantes.
La foto de la portada es de Artem Beliaikin en Pexels
[…] contraposición al fast fashion, es aquella que se hace y se consume teniendo en cuenta la huella que deja sobre las personas y el […]
[…] No regales discriminación a mujeres y niñas. ¿Sabías que representan el 58% de las personas sometidas a trabajo forzoso, sin tener en cuenta las que trabajan en comercio sexual? Y si hablamos, de nuevo, del sector textil, nos encontramos con que la mayoría de las trabajadoras son mujeres. ¡Así que huye del Fast Fashion! […]
[…] No regales discriminación a mujeres y niñas. ¿Sabías que representan el 58% de las personas sometidas a trabajo forzoso, sin tener en cuenta las que trabajan en comercio sexual? Y si hablamos, de nuevo, del sector textil, nos encontramos con que la mayoría de las trabajadoras son mujeres. ¡Así que huye del Fast Fashion! […]
[…] la fibra perfecta para alimentar el crecimiento de la industria de la moda y, en particular, del fast fashion. No es de extrañar que el 52% de las 109 millones de toneladas de fibras textiles producidas en el […]
Felicidades por el artículo, los testimonios y las reflexiones. Le daremos difusión, pues falta conciencia y conocimiento sobre el tema.